El letrero dice en grandes letras rojas a la entrada de la casa: “Cuidado con el perro”. Y por supuesto, todo visitante toca el timbre y espera hasta que venga alguien a recibirle. Lo gracioso es que mientras el recién llegado cree que se topará con un feroz canino, le sale a su encuentro, ladrando y moviendo la cola, un lindo perrito, pequeñito y peludo como una bolita de lana. Allí es cuando le explican de manera divertida que el letrero no es para que la visita se cuide del perro, sino para que tenga cuidado de no ir a pisarlo.
Con frecuencia un amigo se despide de otro diciéndole: “Nos vemos, cuídate”. Y la única interpretación que uno le da es que esté alerta para no ser asaltado o sufrir algún daño. Mas a nadie le pasa por la cabeza que uno tiene que cuidarse de uno mismo. El apóstol Pablo le aconsejaba a su discípulo Timoteo que tuviera cuidado con algunas cosas, entre ellas, de sí mismo. El papá espiritual le decía al joven líder que se cuidara de lo que pudiera pensar, hacer o decir, o de lo que pudiera no pensar, no hacer, o no decir. Y ese mismo consejo es válido para todo cristiano, pues cuando abraza la fe cristiana y nace de nuevo espiritualmente, las ganas de pecar no se le esfuman. Sí pueden ser controladas por la acción del Espíritu Santo, pero no desaparecen del todo.
Cuando no se es un hijo de Dios no hay tanta preocupación por agradar a Dios, pero cuando ya se hace parte de su familia y se inicia el proceso de perfeccionamiento, entonces ya hay que vigilar el instinto pecaminoso. Al hacernos cristianos recibimos nueva naturaleza, somos hechos en Cristo Jesús para buenas obras, adquirimos una nueva tendencia hacia lo santo.
Pero cuidado, la naturaleza antigua, la adánica, la que nos induce a lo malo y que la Biblia llama “carne” (la cual no debe confundirse con el cuerpo) no se va, sino que sigue en nuestras vidas, aunque ahora ya no tiene el poder de esclavizarnos como antes. El no cristiano tiene una sola naturaleza, la adánica, pero el cristiano tiene dos, la adánica y la cristiana. Y de la pelea entre esas dos es de la cual nos habla la Biblia en Romanos 8.
La nieta le pregunta al abuelo: “¿abuelito, por qué dices que dentro de ti viven peleándose un lobo y un cordero?
Y él responde: “Porque dentro de mí hay dos seres, uno cristiano que me induce a lo bueno, y uno no cristiano que me incita a lo malo”.
“¿Y cuál de los dos gana la pelea? Replica la nieta.
Y el anciano concluye: “Depende de a quién alimente nietecita”.
La pregunta es: ¿a quién estás alimentando, a tu carne o a tu espíritu? El consejo del apóstol Pablo sigue vigente: ¡cuídate de ti mismo!
Tomado de:
“Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
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