(Lucas 6:42).
El anciano estaba convencido de que su esposa se estaba quedando sorda, no obstante, para no sacar conclusiones apresuradas, decidió probar la capacidad auditiva de ella ubicándose en la sala, a unos nueve metros de distancia de la cocina, y llamándola suavemente: “Alicia, Alicia”. La mujer no contestó. Caminó entonces hasta el comedor, a unos cinco metros, y volvió a llamarla: “Alicia, Alicia”. Pero ella no parecía reaccionar, seguía ocupada en su labor culinaria.
Él entonces caminó hasta la entrada de la cocina, a unos tres metros de distancia, y desde allí le llamó por tercera vez: “Alicia, Alicia.” ¡Jum! parecía estar más sorda que una tapia, no se inmutaba para nada. El marido entonces, algo molesto, se paró detrás de ella y le repitió lenta y suavemente: “Alicia, Alicia”. La abuela, sin girar ni su cuerpo ni su cara le contestó: “por cuarta vez, qué quieres”.
Este es el caso típico de la persona que en lugar de buscar en sí misma la causa de los problemas se los achaca a los demás. Se ve en los maridos que acusan a sus mujeres de no ser cariñosas, cuando ellos en realidad son bien ásperos. En las esposas que les recriminan a sus cónyuges no proveer con mayor abundancia para los gastos de la casa, cuando son ellas las que despilfarran. En los estudiantes que se quejan de cuán malos son sus profesores, cuando son ellos los que no tienen ni disciplina ni entusiasmo por aprender.
En los empleados que se lamentan de las injusticias de sus jefes, cuando son ellos los culpables de la baja productividad. O en los jefes que despotrican de sus empleados, cuando ellos en lugar de motivarlos y apoyarlos los desmoralizan y critican.
Al fenómeno de ver mis problemas reflejados en los demás y no en mí mismo los psicólogos lo llaman “proyección”, y lo consideran uno de los mecanismos de defensa del ser humano.
Un viejo refrán describe muy bien lo que es éste mecanismo de defensa: “dime qué criticas y te diré de qué careces”.
Conviene recordar la enseñanza de Jesucristo cuando dijo: “Ya deja de estar buscando la astillita en el ojo de tu vecino, cuando ni siquiera te has percatado de que tienes en tu propio ojo un tronco enorme como el que se usa como viga para las construcciones. No seas hipócrita, limpia primero tu ojo, y así verás mejor para ayudar a limpiar el ojo de la otra persona.”
Tomado de:
“Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
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