Amado, yo deseo que también prospere tu alma.

Amado, yo deseo que también prospere tu alma.

(3 Juan 1:2).

Y finalizando hoy con el saludo que el apóstol Juan le escribió a su amigo y hermano en la fe Gayo en una carta, lo tercero y último que le expresa en el versículo dos es que también está orando a Dios para que aparte de darle prosperidad material y buena salud le conceda la prosperidad del alma.

El vocablo griego PSUCHE, que se traduce como alma, puede interpretarse en el Nuevo Testamento de la Biblia de diversas formas de acuerdo al contexto: la vida natural del cuerpo; la parte inmaterial del ser humano; el hombre desencarnado; el asiento de la personalidad; el asiento de la voluntad; como pronombre personal; el individuo o la persona; una criatura animada sea humana o no; la vida interior de alguien en contraste con su vida exterior; y finalmente, como el asiento de la nueva vida, que es a lo que se refiere el autor de este versículo.

En otras palabras, Juan le dice a Gayo que así como su vida material va prosperando día tras día tanto en sus negocios como en su salud física, dicha prosperidad debe ser de igual tenor en su vida inmaterial. Y se está refiriendo a su vida interior, a la reciente vida que ahora tiene al haber nacido de nuevo como cristiano por la obra del Espíritu Santo, quien lo ha engendrado y le ha hecho hijo de Dios, hermano de Cristo y consubstancial con el Padre Celestial.

De manera que así como en la vida natural un bebé requiere cuidado y alimento para crecer, desarrollarse, madurar y ganar mayores habilidades cada día, de igual manera, en la vida sobrenatural, un cristiano requiere cuidado y alimento para que cada día crezca en conocimiento, fortaleza, estatura espiritual y habilidades que le permitan ser más eficaz en el trabajo que hace para Dios.

Un hijo de Dios no puede ser el mismo del año pasado, ni del mes pasado, ni de la semana pasada, y ni siquiera del día anterior; sino que cada vez debe ser mejor.

Un hijo de Dios debe crecer en fortaleza para vencer las debilidades del viejo hombre, debe tener más conocimiento espiritual, mayor comunión con Dios y más y mejores frutos de su trabajo.

Un hijo de Dios cada día deber ser menos él para que Dios sea más en él. O como diría Juan el Bautista: “es necesario que yo mengüe para que Cristo crezca en mí”.

En el cielo no habrá premios por antigüedad, sino por madurez, por ello debemos avanzar hacia la perfección, prosperando nuestra alma por encima de todo, pues la vida espiritual es eterna, en cambio la material, no.

 

Tomado de:
“Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
Derechos reservados de autor.

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