Es increíble la manera como se mueve la industria de la perfumería. Si vas de viaje lo primero que vas a encontrar en las tiendas de un aeropuerto son perfumes, pero no pocos, sino muchos. ¿Y cuando estás en el avión y te entregan el catálogo de productos que puedes comprar libres de impuestos cuál crees que es el que más se ofrece en las diferentes páginas? Correcto, perfumes.
Y si piensas que es una exageración entra a un almacén y pásate por el lado de cosmetología o uso personal, invariablemente vas a encontrar a una dama prolijamente arreglada y con un frasquito en la mano invitándote a probar la última fragancia del momento, tal vez con el nombre de un famoso cantante, actor o actriz. El negocio de las “agüitas” de colores para oler rico es multimillonario.
En la Biblia también se habla de perfumes o fragancias que son espectaculares ante la nariz de Dios. Por supuesto que esto es un antropomorfismo, palabrita que sirve para un trabalenguas y que significa figura literaria con la que se presenta a Dios con alguna característica propia del ser humano.
Un ejemplo de antropomorfismo es el hablar de la espalda de Dios, o el dedo de Dios. Por supuesto que Dios es Espíritu y no tiene ni espalda ni dedos, pero a través de esta figura literaria lo podemos ver desde una óptica humana.
Pues bien, para este caso en que nos referimos a la nariz de Dios, lo que pretendemos mostrar es que hay olores que son percibidos por Dios y le resultan muy, muy gratos. Por ejemplo, qué tal la fragancia a carne quemada, pero bien quemada, es decir, chamuscada, carbonizada. ¡Estás loco! Gritaría cualquiera. Pero es verdad, no es broma. Cuando un judío en el Antiguo Pacto pedía perdón por sus pecados y ofrecía el cordero de la expiación en holocausto, ese olor a carme quemada le gustaba a Dios.
¿Y por qué? Porque significaba que había un ser humano en el planeta tierra que había pedido perdón por sus pecados. Y eso enternece el corazón de Papá Dios.
En el Nuevo Pacto, el apóstol Pablo, escribiéndole a los cristianos de la ciudad de Filipos, les dice que los aportes materiales que ellos le enviaron a Tesalónica, una y otra vez, para cubrir sus necesidades personales, son “olor fragante”, sacrificio acepto, agradable a Dios.
Y así es, a Dios le huele maravillosamente bien las ofrendas que nosotros damos para su obra. O las ayudas que podemos ofrecerle a alguien necesitado o a un ministro suyo que precisa de nuestro patrocinio. Todo lo que damos con amor para el Señor es para Él una exquisita fragancia.
Tomado de:
“Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
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