(Salmo 96:1-4).
Cuando las cosas que hacemos o decimos se tornan repetitivas, mecánicas y sosas, es preciso hacer cambios en nuestras actividades, darles nuevos giros y renovar apariencias y maneras. Hay hábitos que son muy buenos, como la oración, el estudio de la Biblia y el congregarnos, pero aún a tales prácticas las podemos desgraciar, que es quitarles toda gracia, si las volvemos rutinarias, aburridas y desprovistas de todo interés. Y ello puede suceder simplemente por negarnos a ser creativos y a buscar nuevas formas que no alteren en nada el contenido.
¿Qué pasaría si en lugar de empezar una oración con el habitual “Padre en esta hora”, dijéramos, “Hola, hola, amado Papá, santísimo Papá que vives desde la eternidad y hasta la eternidad”? ¿Nos sentiríamos irrespetuosos o blasfemos? ¿Acaso hay algo incorrecto doctrinalmente o que ofenda el carácter de Dios? Claro que no, la incomodidad pudiese surgir por el hecho de no estar acostumbrados a empezar una oración así.
¿Y si al iniciar una lectura bíblica en lugar del “Así dice la Palabra del Señor” dijéramos “Escuchemos a nuestro Papá que nos quiere decir algo importante”, seríamos irreverentes? Claro que no, sólo que alguno acostumbrado a la liturgia de siempre nos miraría extrañado.
¿Y si al iniciar una reunión en lugar de decir “bien amados hermanos, damos inicio a la reunión”, dijéramos “damas y caballeros, llegó la hora de la fiesta, es tiempo de celebrar a nuestro Papá celestial”, cometeríamos un pecado? No, en absoluto, tal vez sí un pecado cultural, pero no uno doctrinal.
Así como en el matrimonio la rutina marchita la relación, de igual manera mecanizar el ritual cristiano y desarrollarlo con el piloto automático resquebraja la comunión con Papá Dios. ¿Y qué de las formas de adoración enlatadas: “cuántos dicen amén”, “levanta tus manos conmigo”, “cuántos dan un grito de júbilo”, “dile al que está a tu lado”? Son buenas, pero si se hacen rutinarias perderán su sentido original.
El Dios de la Biblia es aquel que estrena una misericordia nueva cada día, que nos invita a que le entonemos un cántico nuevo, que hizo las diferentes especies animales, las formas, los colores, las texturas, los sabores, las estaciones y toda la diversidad del mundo.
Así que ni se te ocurra ponerte aburridor con Él y ofrecerle una relación aplastada, para el bostezo y en blanco y negro. No por favor, adora al Señor con viveza, con frescura, con inteligencia, con creatividad, a todo color y bajo la conducción del Espíritu Santo.
Tomado de:
“Devocionales en Pijama”
de Donizetti Barrios
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